La vida nos muestra múltiples escenas que con el paso del tiempo comienzan a olvidarse; en su momento fueron parte de nuestra vida misma y por distintas circunstancias como: desaparición de los propios actores por diferentes causas, cambios en la escena en que se desarrollaban, evolución de los medios que se utilizaban debido al propio progreso y nuevas necesidades del medio en que se aplicaban.

 Quién no recuerda a aquellos sacrificados voceadores de la prensa, que en diferentes horarios ofrecían los periódicos de diversos títulos que llegaban a nuestros pueblos y ciudades del interior; su vocinglerío agrupados junto al distribuidor, solicitando ser los primeros en ser atendidos para partir raudos ofreciendo su mercadería, cada cual hacia distintos puntos recorriendo sus rutas habituales, colocando el material que portaban, hicieron que fueran designados como “gorriones” por su bochinche diario cuando recién arrancaba el día.

Sus cortas piernas eran exigidas al máximo tratando de obtener ventajas frente a otros pequeños o jóvenes, recorriendo cuadras y cuadras buscando ganar nuevos clientes al paso, que pudieran ser interesados en la mercadería que ofrecían.

 Eran ellos “los canillitas”, especie hoy casi desaparecida por los motivos expuestos y que nos hacen olvidar aquellas aglomeraciones que diariamente se convertían en una bulliciosa y sana reunión en el centro de la ciudad, junto al vehículo que traía aquellos ejemplares desde la capital.

Todos querían ser los primeros a quien el distribuidor o agenciero complaciera atendiendo su pedido, el que trataba de atenuar la nerviosidad de los que sin respetar filas ni orden, pretendían ser elegidos por aquel antes que al otro, haciéndose oír a fuertes voces pidiendo la cantidad de ejemplares de tal o cual título que necesitaban para complacer a sus clientes. 

Su ansiedad chocaba con la de quien distribuía la mercadería, quien se tomaba también su tiempo para anotar cuántos ejemplares y de qué títulos llevaba cada uno, para después cobrar las respectivas sumas de las que cada cual le eran deudores.

Muchos juntaban de esa manera los escasos pesos necesarios para ayudar en sus hogares a sus padres “a parar la olla diaria” que consumirían con sus numerosos hermanos y por supuesto con aquellos, sus padres, en muchos casos desocupados o que apenas ganaban un escaso jornal diario, complementando “los diarieros” con su sacrificado aporte, una cantidad apenas suficiente para las compras diarias de lo elemental. 

A través de esta nota queremos recordar los nombres de muchos de ellos a los que conocimos y tratamos y de los cuales queremos rescatar algunos de los aspectos que los caracterizaron y a quienes recordamos como una necesaria figura del diario vivir de otra época.

Debemos aquí en primer lugar recordar a “Lucho” Mirandetti a quien durante muchísimos años le llegaban los periódicos que se publicaban en la capital a través generalmente, de los ómnibus de Onda, empresa de carácter nacional que tuvo larga vigencia en toda la República.

Era tal el dominio que tenía de cada envío que recibía, muy numeroso por cierto y de su posterior distribución entre todos “los gorriones”· que se aglomeraban a su lado y pedían su respectiva cuota diaria de cada título, que en muchos casos no anotaba lo que cada uno llevaba, pero lo recordaba claramente y exigía el pago de la suma exacta cuando correspondía.

Luego de larguísima actuación en ese trabajo, sufrió enormemente al quedar imposibilitado por enfermedad, de poder seguir en ese trabajo que lo relacionaba tanto con distintos estamentos de la población de nuestra ciudad.

Seguiremos mencionando a otros muchos recordados “periodistas”, que designamos así por el hecho de distribuir periódicos entre sus diferentes clientes, los que eran numerosos y muy diferentes a quienes hoy adquieren los escasos medios de prensa que llegan en estos tiempos a ser comercializados entre la población, los que en general lo hacen en lugares fijos o en comercios dedicados a ello.

Todo aquel bullicio matutino y vespertino se terminó y son ahora muy pocos quienes vocean de a pie o en bicicleta, sobre todo en determinados días, pregonando la mercadería escrita que ofrecen.

Todo lo que los vecinos esperaban diariamente con expectativa en muchos casos, con nerviosismo en otros, sobre todo conocer el resultado de elecciones, de partidos de futbol, de tablas de quiniela o loterías, lo conocen hoy al instante a través de otros medios de comunicación debido a la evolución de los mismos, lo que ha desvirtuado en mucho el tener que esperar al día siguiente para conocer la respuesta a la inquietud que a cada cual interesa.

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  Una figura que debemos destacar por lo que significó por su largo y constante trajinar,   con su seriedad y cumplimiento de las necesidades de sus numerosos clientes, fue Leonel Gregorio DIBLE BELTRAMO, quien si bien no integraba por su edad y por su aspecto de persona mayor, la legión de “los gorriones”, fue un emblema de lo que podríamos considerar como “un gremio”.

Quién no lo recuerda con su característico andar, casi arrastrando sus pies, cargado con numerosos ejemplares sostenidos en una gruesa cuerda o cinturón atravesado sobre su hombro izquierdo y colgando sobre su lado derecho, mientras en su brazo izquierdo portaba otro paquete de ejemplares los que iba distribuyendo en cada domicilio de sus numerosos clientes.

Era la época en que se cobraba en el momento o días después, las sumas que con exactitud se adeudaban y se reconocían con sólo mencionarlas el proveedor.

Don DIBLE, como se le conocía, desempeñó esa función durante casi 50 años, proviniendo del ámbito rural pues había nacido en lo que entonces era Drabble (hoy José Enrique Rodó) y que vino, luego de trabajar algún tiempo en el campo, a probar fortuna a esta ciudad, para mejorar su vida.

Se casó aquí con María Leonor Viera Guillén con quien tuvo 12 hijos, siendo una de ellos quien aportó datos sobre su padre, fallecido de 92 años de edad, hace ya algún tiempo. 

María Teresa, su hija, que se desempeña como receptora de apuestas de juegos de azar en “su garita” de calles Artigas y Blanes Viale, siendo la número 11 de los hijos de don Dible,  nos dice que su madre murió joven y que su padre debió sostener a su numerosa familia con su sacrificada labor diaria.

Luego de cambiar de domicilio varias veces, se instaló Dible en lo que fue su casa permanente y en la que finalmente falleciera, ubicada en Colón y Piedras, la que terminó de levantar en la época del Intendente Russo y desde donde venía y a donde volvía todos los días luego de de-sempeñar su fatigosa labor.

Nos comentaba su hija que eran tantos los ejemplares que debía repartir diariamente su padre, que todos los días y para no transitar su largo recorrido sobrecargado con tantos diarios, dejaba paquetes de los mismos en varios sitios ya determinados (Colegio Salesiano y domicilios de familias amigas), los que volvía luego a recoger después de agotar en su reparto, los que llevaba en su correa y en sus brazos. 

Para tal fin cuando no tenía un acompañante en el momento de arribar la cantidad de diarios que llegaban todos los días, enviaba esos paquetes en el taxi de un amigo quien los dejaba en aquellos sitios durante unas horas volviendo luego Dible a levantarlos para seguir realizando el reparto. Se estimaban en varios cientos los ejemplares diarios que vendía.

Se lo recuerda con su andar pesado y ágil a la vez, casi arrastrando sus pies, equilibrando el peso de su cambiante carga, siempre de alpargatas, las que al transitar permanentemente rozando el suelo, entonces en su mayoría en calles de tierra, le significaban un pesado presupuesto pues debía reponerlas periódicamente.

Su aspecto engañaba pues era de semblante serio, pero muy sociable y muy apreciado por todos sus clientes sin excepción; en sus últimos años, aún realizando su largo camino diario en su labor cotidiana, se había dejado una larga barba que acentuaba ese aspecto y actitud de una persona adusta y poco amistosa, cosa muy distinta a la realidad.

Otro de los niños entonces y que aún hoy realizan la venta y el reparto diario de los periódicos es Julio Fredes, quien desde sus comienzos con 8 ó 9 años con Américo Pastore (agenciero), luego con Mirandetti y hasta hace unos años en forma independiente, continuando esa labor a través de su señora esposa, nos refiere que a raíz de los adelantos tecnológicos la venta casi ha desaparecido.

Aquellos voluminosos envíos que llegaban desde la capital, colmando las bodegas de los ómnibus, más los títulos que llegaban en el motocar en la noche, sumaban diariamente más de mil ejemplares.

Otro referente actual que durante muchos años, casi 60 ha estado en esta actividad junto a su padre antes y ahora a su hermano Gerardo, es Ricardo Ferreira a quien encontramos siempre, ahora, en calle Colón frente a la Plaza principal.

Al aire libre, siempre en su puesto, al sol o la lluvia, nos recuerda también que al faltar el padre, debió su madre Sofía Robledo también salir a realizar los repartos.

 Nos recordaba Fredes que años ha, en la década de 1940/50 el gremio había habilitado una escuela a nivel primario, en la que se daban clases en horas nocturnas para los canillitas y sus padres, siendo su último local en calle Artigas casi Ferrería, en salón del viejo mercado, atendido por prestigiosos maestros.

Ferreira nos refería que en los últimos años de la década de 1960 hubo una larga huelga que paralizó la venta, comprometiendo los ingresos de todos los canillitas que debieron buscar el sustento realizando diversas changas para sobrevivir. A raíz de esa huelga los diarios pasaron de 7 a 15 pesos, recortándose por supuesto en mucho  las ventas.

 En algunos domicilios compraban dos o tres diarios cada día, lo que nos da la idea de lo que se apreciaba la lectura de aquellos, interesándose por noticias políticas, económicas o deportivas. 

Hemos comenzado estos recuerdos con estas  personas que reconocemos por su trato directo, pero no olvidamos a otros representantes de esta sacrificada actividad, muchos desaparecidos, como José Luis Roa y sus hermanos, como  Carlos “la Niña” Mernies y su hermano Uruguay, como “Coti” Marabot, Sena, Inocencio Acuña, los hermanos Catalá, Enrique Arballo, “Oreja” Vega, Gallo, Silvera, Fidel Galeano, Norberto Pérez, Sra.Ibáñez, Zaragoza (ciego éste que reconocía las monedas a través del tacto), Dibble hijo, Alba Fernández, Eva Méndez, los Malletti , Milton Zubiaurre, y familias enteras como los Correa, los Montero, los Villanueva, “Fumanchú y su bicicleta”, y tantos otros, muchos de los cuales desde su infancia realizaban el diario trajinar voceando los distintos diarios que no sólo en la mañana venían en aquellos ómnibus, como “El País”, “El Día”, “La Mañana”, sino también en el motocar que arribaba en la noche trayendo “El Diario”- “El Plata”- “Acción”, todos títulos que se esperaban por los lectores y que se vendían rápidamente.

   Es esta una apretada síntesis de una actividad que en su época significaba un movimiento inusual al arribo de los distintos títulos de la prensa, llenando los alrededores de la plaza de voces, gritería y ansiedad, lo que hemos querido rescatar para conocimiento de quienes no conocieron esos tiempos.